Que veinte años no es nada...

Pues veinte no, si no veintidós años de casada que llevo ya... bien pensado han pasado rápido. No ha sido fácil, aunque realmente nadie dijo que lo fuera.

Los periodos de adaptación han sido duros, ya se sabe, la crisis de los dos años, la de los cinco, la de los diez, los hijos que no llegaban, los cambios de vivienda, de trabajo, el discutir por las vacaciones o si vamos o no a comer a casa de la suegra (en este caso, siempre es mejor que NO) o si es conveniente o no en este preciso momento cambiar el coche...

También hemos tenido momentos fabulosos, conversaciones interminables, cenas románticas, noches de fiesta, viajes que recordamos con cariño unos y fascinación otros, excursiones, deportes compartidos y lo mejor de todo, las niñas.

Ellas son la recompensa por habernos "aguantado" todos estos años, ellas nos borran el mal humor de la cara cuando llegamos a casa, se nos tiran encima, nos abrazan, nos besan y empiezan a contarnos tooooodo lo que les ha pasado en el cole. Ellas son el fruto de la constancia, de insistir y persistir, y son el reflejo de lo que somos. Nos miramos en ellas y en un giro temporal, volvemos a tener cinco años y corremos a abrazarnos a papá y a mamá, y no puedo evitar que se me haga un nudo en la garganta y se me empañen los ojos.